Siete atletas argentinos cuentan cómo se preparan para Beijing '08. A días del inicio de los Juegos Olímpicos, ponen el acento en la alegría de competir.
Por: TextoMaría Alejandra Bustos (mbustos@clarin.com). Fotos Ariel Grinberg. Producción Patricia Di Pietro
La grabación de El Show de Georgina arranca temprano. Es un jueves gélido, y queda claro que la nadadora cordobesa de 24 años tendrá de qué vivir cuando se retire: se mueve como pez en el agua en el rol protagónico, cercada por tres hombres que la acorralan con un micrófono y una cámara, en el dos ambientes con vista a la Avenida Del Libertador que comparte con su novio voleibolista, Leandro Concina. La idea es registrar, para un programa deportivo de cable, la vida cotidiana de Georgina Bardach. ¿Por qué la filman a ella? Porque no son muchos los atletas locales que se hayan clasificado para los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Corten. Suena el celular. "¿Había quedado con vos ahora? Me había olvidado", dice la cordobesa. "¿En la pileta del CENARD era la cita? Perdoná, pero se me borró por completo: debe ser que hablamos el día que tenía que llevar la antorcha olímpica..." Resumiendo: media hora más tarde, en su casa, el desencuentro pasa al olvido mate de por medio. "Es raro competir en los Juegos Olímpicos. Los objetivos se fueron adelantando", dice la nadadora, quien ya participó en Atenas 2004, donde obtuvo una medalla de bronce. Georgina es la mayor de cuatro hermanas deportistas y la primera que truncó el sueño de su mamá –ahora orgullosa– de tener hijos universitarios. Intentó la carrera de Relaciones Públicas en una facultad privada pero a poco de andar desertó. "Me gusta la representación de deportistas, eso planeo para cuando me retire. Pero la natación no te da tiempo. Sólo me quedan libres los fines de semana, donde miro películas románticas", dice, mira a su novio y ríe.
CORRIENDO... LA CONEJA
Los deportistas argentinos deben entregar sangre, sudor y lágrimas para estar a la par de colegas internacionales que sólo sudan. Entre el agro presupuesto destinado al sector las tecnologías inalcanzables por estas pampas, queda claro que hay motivos para la queja, que ojalá fuera disciplina olímpica. Aquí, con constancia y disciplina –si se tiene talento, claro– apenas si se emparejan las cosas con la elite de los atletas. Si no, todas son desventajas. El tema de las mallas –en los países desarrollados usan un traje de baño con tecnología de la NASA que hace batir récords inimaginables – hace que Georgina se agarre la cabeza: "No creo que una malla pueda hacerte adelantar 6 segundos. Es imposible. Ni sé de qué material es la mía; uso cualquiera". Ella puede darse ese lujo, pero para otros deportistas la tecnología puede ser clave. Que lo diga si no Walter Pérez, ciclista y de los rápidos. La bicicleta que utilizaba allá en el '97 costaba 700 dólares y pesaba ocho kilos, mientras que la de sus competidores internacionales valía 10 mil y pesaba la mitad. "Era imposible; tenías que ser un superhombre porque de entrada te sacaban cinco segundos", cuenta Pérez. América del Sur se estaba quedando afuera hasta que la Unión Ciclista Internacional tomó cartas en el asunto y en el 2000 equiparó las cosas con un reglamento, hoy vigente, que establece un peso máximo para las bicicletas de 7,8 kilos. Entonces Pérez, que tiene una virtud natural –a los cinco años agarró una bici y aprendió a andar de una, sin vivir el escarnio de las rueditas –, ya no tiene que preocuparse más que por revisar su mail y cumplir con las órdenes de su entrenador italiano, que vive en España. "Cuatro horas de bici a la mañana y tres a la tarde por la autopista Ricchieri con orientación a Cañuelas, de lunes a lunes": así es su sufrida rutina. Bueno, cada tanto tiene un día de descanso y lo aprovecha para jugar a la PlayStation en la tevé de 42 pulgadas que se impone en el pequeño living de su departamento de Villa Madero.
SUEÑOS DORADOS
Los pasillos del Club de San Fernando exponen, cual galería, un archivo exhaustivo de notas de diario encuadradas, todas con fotos del remero Santiago Fernández alzando copas. Es que lo que comenzó como una actividad recreativa en el club donde de muy chico pasaba fines de semana con sus papás y sus seis hermanos, se convirtió en una profesión que lo tiene como figura estelar. Después de tantos años, Santiago parece dueño del muelle donde pasó media vida. Mira al río y parece que el agua le devolviera imágenes de lo que cuenta: "Voy con mi bote y mi entrenador va al lado en una lancha marcándome los errores para practicar, en diferentes instancias, la potencia, la fuerza y la resistencia. Todos los días de la semana, aunque haga cero grados... Sólo molesta el viento". Fernández –de 31 años– ya participó en dos juegos. En Atlanta '96 salió 13º en la especialidad cuádruple par, y en Atenas 04 llegó cuarto en la categoría single scull. Aspira a seguir entreverado entre los mejores quizás hasta los 36, edad promedio en que los remeros emprenden la retirada. Mientras, cursa el último tramo de la carrera de Agronomía: "Pienso dedicarme a eso, pero creo que voy a seguir relacionado toda mi vida con el deporte". Lejos de jubilarse, en cambio, está Noel Barrionuevo, quien es parte de la última camada de la Selección argentina de hóckey. La joven hizo lo imposible para lucirse con actuaciones esporádicas en sus primeros partidos televisados: miraba de reojo a los entrenadores cazatalentos en la tribuna, pero se sabía suplente de las chicas de primera. A los 21 la llamaron para formar parte de Las Leonas. Pasaron dos años y todavía no lo cree. Tanto que –sin falta modestia– no creía que podría llegar a ser una de las 16 elegidas para ir a los Juegos. Decía que no se veía adentro, que era complicado entrar, que "la única indiscutible es Luciana Aymar, que es la mejor del mundo". Humilde pero valerosa, y segura de sí misma –buen combo–, Noel acepta un convite que no es para cualquiera: se anima a simular que doma un león para la sesión de fotos. Y también a retrucarle a una señora curiosa que le critica su cara de susto. "Entrenamos de lunes a jueves, y varios partidos son contra hombres porque eso es lo que nos da ritmo internacional. Un varón te saca dos mil pasos, pero les damos pelea", avisa la leona, que viaja a China con ganas de pegar al menos un par de rugidos.
A DEFENDER EL ORO
"¡Carlitos!", grita el joven transeúnte con la mirada fija en el ídolo santafesino, alero de los Raptors de Toronto. El grito convulsiona más a esta cortada del centro porteño, en la que pasa lo que nunca: una cámara réflex le apunta a un basquetbolista disfrazado de malabarista que sólo por hoy revolea mazas. Delfino –de él se trata– procura equilibrar sus dos metros de altura ("sin jopo") sobre un poste enano, mientras cuenta que es el quinto Carlos en la historia de su familia. Está ocupado, pero igual saluda y sigue sonriendo hasta cuando se cae. "A veces me cuesta creer que en un país tan futbolero me reconozca tanta gente", dice. Pero sabe que en el juego de la pelota naranja la albiceleste es una camiseta temida. Los seis argentinos que la rompen en la NBA –con Ginóbili como abanderado– cargan con la obligación de defender el oro de Atenas, pero peor es viajar sabiendo que se juega por nada, no? A los 25, Delfino cuenta que en EE.UU. padeció el desarraigo hasta que pudo aprender un inglés primitivo ("con acento islamita", según confiesa). Pero el balance siempre dio positivo. En Italia –su primer destino en el exterior– había conocido a Martina, con quien ya lleva cuatro años de noviazgo. Delfino no se desconecta del básquet aunque esté de vacaciones: si no está leyendo sobre el deporte, sigue el juego de su ídolo Kobe Bryant o escribe para su blog. Pero aprovecha bien los dos meses al año que pasa en la casa de sus padres en Santa Fe: allí aprovecha para estar con su hija de siete años degusta las milanesas con puré que le prepara su abuela. Con la vista fija en Beijing, Carlitos es pura expectativa: "Ganar una medalla va a ser todo un desafío porque tenemos del otro lado a España y a E.E.UU., pero tengo mucha fe. Quiero dejar nuestra bandera bien alta".
QUE EMPIECE EL SHOW
Chompi le dicen; es un derivado de la repetición abusiva de la palabra pichón. Así apodaban de pequeño a Luciano Espeleta, quien a los trece años dejó Rosario para instalarse en el CENARD como aspirante a pesista. Once años después, Espeleta tacha los minutos de las 792 horas que hoy domingo le faltan para encontrarse compitiendo en Beijing, honor que logró luego de levantar pesados 328 kilos. "Con mi marca estoy parado entre los mejores treinta y quiero quedar entre los veinte, romper los récords nacionales y traer el mejor puesto que pueda para mi país", dice. Pero no todo resultó tan fácil. Una discusión con un entrenador en medio de una competencia le costó la beca y una suspensión por seis meses. Ese mismo día regresó a su ciudad, frustrado. Vendió accesorios para celulares hasta que decidió volver al ruedo en un torneo internacional en el que se reivindicó. Molesto con su dirigencia, Espeleta se cortó solo y formó, con unos compañeros, la Asociación de Pesistas Argentinos. "Ya tenemos voz y voto para hablar en la federación –se enorgullece–. Acá el nivel se levanta muy fácil: organizando." ¿Hay algo peor para un deportista de nivel que no clasificar para los Juegos Olímpicos? Sí: creer estar clasificado y que te avisen que no. En enero, la Confederación Argentina de Atletismo le informó al santiagueño Juan Manuel Cano –hace marcha atlética– que tenía que revalidar la marca con la aprobación de jueces internacionales. "Fue la noticia más triste, ya no tenía piernas, me vine abajo... pero había que ser un guerrero y demostrarle a mucha gente que yo podía lograr la marca mínima otra vez." Lo hizo y volvió a nacer. Ya tiene pasaje a China. Y como a sus colegas atletas, hay algo que ya nadie podrá sacarle: la alegría de competir en Beijing.
CLARIN - REVISTA VIVA
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